ESE VENERADO OBJETO DEL DESEO
Por Ariel Testori
¿Qué misterio encerró el pecho femenino a lo largo de la historia
de la Humanidad para que se convirtiera
en el centro de atracción sexual para la mayoría de los hombres?
¿Qué sucedió para que, en el siglo pasado, una parte de la
anatomía femenina pareciera que hubiese pasado a ser casi propiedad exclusiva
de los hombres?
Así, como no podía ser de otra manera, el cine -pornográfico y
masivo- también lo hizo centro de su temática y hasta logró un “star system”
con las actrices a las que la naturaleza (o la tecnología) las dotó con
generosidad.
Fuera del espacio que ocupaban con el derecho ganado por lo
clandestino e inmoral de las películas pornográficas, el cine se tomó su tiempo
para mostrar la belleza pectoral desnuda de una mujer.
En 1934, Eddy Kiesler –más tarde conocida como Heddy Lamar- se exhibió desnuda en Extasis en una sugestiva secuencia de
un baño ambientado en una campiña salvaje.
Otro caso, entre el pecho de una estrella y el cine, que marcó una
época fue el de la hermosa Jane Russell
y su generoso busto. En The Outlaw
era la amante del pistolero Billy the Kid y enfundada en una blusa muy
sugerente –tendida sobre la paja de un granero- terminó por excitar y seducir a
toda una generación. A las tremendas
medidas del pecho de la Russell también había contribuido un corpiño especial,
ferreo y anatómico que su amante, el potentado Howard Hughes le había fabricado
especialmente cuando ella tenía 22 años. “El busto de la señorita Jane Russell es como una tormenta en un
paisaje” dijo un colérico juez de la ciudad de Baltimore cuando tuvo que
censurar la película. El film estuvo prohibido en todo EE.UU. durante seis
años.
A partir de mediados de los `40 el cine prefirió, aunque sea por
sugerencia, mostrar mujeres con el busto desarrollado. Qué se puede pensar sino
de los abrigos ajustados (pullovers o jerseys con cinturas de avispas) de Marilyn Monroe, Kim Novak o Stella Stevens.
O de Elizabeth Taylor o Debra Paget enfundadas en ceñidos
vestidos en los que sus bustos parecían
fruto de una coraza femenina en Ivanhoe
o El Principe Valiente.
En tanto, en Europa nadie sabía respirar con tanto énfasis como la
italiana Yvonne Sanson en terribles melodramas. Cuando llegaba el momento del
sollozo el movimiento de su busto generoso inundaba la pantalla. Y para colmo,
daba la casualidad que la Sanson siempre vestía de negro para la ocasión. Con
ella nació la “maggiorata”, las mujeres que por sus contundentes y macizas medidas
corporales se convertirían en las típicas mujeres italianas o “los pechos de
Cinecittá” (el Hoolywood de Italia) entre los`50 y los `70. Silvana Mangano en “Arroz Amargo”; Sofía Loren en “Ayer, Hoy y Mañana”,
“Boccaccio`70”, y otras decenas de films; su presunta rival Gina Lollobrigida en Venus Imperial; Silvana Pampanini; Marisa Allasio quien declaró “yo tengo cuatro centímetros más de
personalidad que Sofía Loren”; Rossana
Podestá, Antonella Lualdi, Giovanna Ralli, Claudia Cardinale, Elsa
Martinelli (que recién se mostraría en “La llave” en todo su esplendor) y Sandra Milo a quién el director Federico Fellini le brindó homenaje en “Julieta de los espíritus”.
Estas mujeres, pero en especial Sofía Loren y Gina
Lollobrigida, ofrecieron una sexualidad apasionada y vengativa que estaba
escondida debajo de sus oscuras cabelleras y sus voluminosos pechos. Daban la
impresión de que su sexualidad se centraba en ellos.
En tanto, la actriz francesa Brigitte
Bardot, una hermosa rubia de notables pechos rivalizó con Marylin Monroe
Federico Fellini es el gran poeta del pecho femenino exuberante, incansable en
alabar con sus imágenes los bustos descomunales. A pesar de que no se conocen
los nombres de muchas de las portentosas mujeres que dieron vida a sus
obsesiones mamarias se puede recordar a Edra
Gale (la bruja Sarraghino de “Ocho y medio”) o a Sibilla Sedat (“Satiricón”) o la increíble Chesty Morgan (propietaria de un busto de 200 cms. en las escenas
-censuradas en Argentina- de “Casanova”). Esas mujeres no hacen sino recibir el
piropo fílmico de quién ama –por sobre todo- a las mujeres tetonas.
Tan agresivamente dotas por la madre naturaleza fueron otras
actrices, como ese delirio rubio que fue la sueca Anita Ekberg (la Anitona, actriz fetiche de Fellini en “La Dolce
Vita” y “Boccaccio`70”) o la americana Jayne
Mansfield de quién Hemingway dijo “esta chica es la única mujer en el mundo
que puede ducharse sin mojarse los pies”.
Para alardes cada vez más disparatados en materia de pechos, el
cine de los `60 y `70, encontró al director americano Russ Meyer como su máximo
adalid. Este especialista e increíble buscador de mujeres con estas
características, a través de sus films nutrió al espectador con super encantos
como Kitten Natividad, Tura Satana, Lorna Maitland y Uschi Digart.
Los medios de comunicación y en especial –obviamente- las revistas
masculinas han hecho de los pechos de la mujer su razon de vida y venta. La
famosa Playboy desde su lanzamiento
en la década del `50 centralizó su política editorial en el busto de la mujer.
De hecho habría que preguntarse si solo siguió la tendencia de la sociedad
yankee que dice que “más grande es mejor” o
se encargó de imponer una moda. Lo real es que para esa revista
pareciera que el sexo existe solo de la cintura para arriba. Y solo ante el
avance arrollador en materia sexual de otras publicaciones como Penthouse y Hustler, en los `80 decidió ampliar su espectro. Sin embargo, en
los `90 la tendencia editorial de EE.UU. marcó que el interés masculino por los
pechos femeninos –y si eran grandes, mejor- se mantenía en alza y así
aparecieron revistas especializadas como Busty, Juggs, Gent, Score, Bust Out y Voluptuosus que con sus
tiradas millonarias no solo nutren a EE.UU. sino al resto del Mundo.
Las reinas de los pechos
Son las mujeres neumáticas que
conforman un firmamento propio en el cielo del cine para adultos. Imagínese a
Isabel Sarli multiplicada por 10, 50, 100 y tendrá una cantidad de mujeres que
no pueden usar un corpiño menor a 120 y con una taza D. D de delicia, delicia
del sueño de una gran mayoría de hombres que ven en el busto de la mujer uno de
los principales elementos eróticos motores de sus más secretas fantasías.
Cuando se los desnudan, se acarician, se muestran o se ofrecen ellas se
convierten en las auténticas dueñas de la tentación.
En sus inicios
comerciales el cine XXX norteamericano no se interesó demasiado por los grandes
pechos porque aun estaban vigentes las pautas estéticas del hippismo. La
andrógina y estilizada pornostar Marilyn
Chambers (“Detrás de la puerta verde”) fue un claro ejemplo de esa
tendencia. Pero a fines de los `70 empezaron
a surgir actrices más robustas como la pecosa, pelirroja y exuberante Lisa DeLeeuw, Rhonda Jo Petty o Sue Nero.
Finalmente, la aparición del subgénero “grandes pechos” se produjo a finales de
los `80 cuando se generalizó el implante de siliconas. El rubro también es
conocido como “big boobs” expresión de slang (lunfardo) con la que se suele
designar al subgénero protagonizado por actrices con pechos descomunales.
La lista de actrices siliconadas es
extensísima pero merecen destacarse Tori
Welles, Tracey Adams (realizó
unas 300 películas), Carolyn Monroe,
Tonisha Mills, las negras Ebony Ayes y Domonique Simone, Lynne
LeMay, Samantha Strong y Sandra Scream entre muchas otras. En cambio, la actriz Rachel Ryan en 1987 se jugó por los
pechos de siliconas voluminosos y a los dos años tuvo que sacárselos porque
estaba en peligro su vida. Los pechos naturales de grandes dimensiones no son
comunes y por eso son consideradas “vacas sagradas” la veterana Candy Samples, Christy Canyon, la
hispana Keisha (realizó más de 100
films) y Trinity Loren. La Samples
fue una de las primeras actrices de pechos enormes que trabajó en el porno
después de haber participado en numerosas producciones “soft-core” (en varios
films dirigida por el maestro especialista en el tema Russ Meyer y en la recordada parodia Flesh Gordon).
Hay actrices con pechos que alcanzan
dimensiones monstruosas y terminan trabajando en el subgénero “freak” (fenómenos).
En la actualidad quien lidera esta categoría de mamas hiperdesarrolladas es la
inglesa Zena Fulson. Cada teta le
pesa muchos kilos y le cuelgan más allá de la cintura. Muchos desconfían y
piensan en una prótesis. Después le sigue Mandy
Mountjoy (se habla de 15 kilos cada pecho), más volcada a las producciones
fotográficas y presentación en clubes.
La productora
de la directora Loretta Sterling
tiene un amplio catálogo de películas protagonizadas por actrices con pechos
excesivos como Tiffany Towers, Lisa Lipps, Candy Cantaloups, Wendy Whoppers y la devastadora Chessi Moore (es alucinante verla
protagonizar “Caperucita Roja” de Luca Damiano). Al respecto la Moore dijo que
“al principio creían que las tetas voluminosas jamás saldrían de los guetos de los locales de “topless” o de
“streap-tease” hasta que llegó el auge de los films especializados, ahora nos
hemos hecho muy populares, al principio la gente creía que era algo anormal,
una moda pasajera que a los hombres no les iba a gustar, pero la mayoría de
ellos nos encuentra muy atractivas”. La aceptación del sistema quedó demostrada
cuando una revista tan respetable como Playboy
(junio`95) realizó una superproducción fotográfica con Pandora Peaks aunque nunca trabajó en el porno. Uno de los mejores
trabajos producidos por la Sterling es Boobs
a Poppin` que tiene como
protagonistas a Bunny Bleu y la
excepcional Letha Weapons que cae en
las manos del inefable Ron Jeremy. Un verdadero duelo de gigantes.
En EE.UU. el
mercado del video está surtido con series (recopilaciones) como Big Melons, Big Tits y Boobs. En
tanto, en Europa solo en Alemania el subgénero cuenta con muchos seguidores. La
británica Sarah Young, la irlandesa Jay LaBelle y la checa Dolly Buster son las únicas actrices
destacadas que pueden competir con los grandes volúmenes pectorales de las
norteamericanas.
Tetas, limones,
pechos, senos, gomas, mamas, lolas, cualquier sinónimo remite a esa parte del
cuerpo de la mujer que la industria del cine XXX -a través de estas actrices
que se nombraron- se encargó de convertir en objeto del deseo y de culto. Cada
vez que una mano ajena o propia se ahueca –frustrada- para abarcarla en su
totalidad, el deseo de cientos de miles de espectadores crece un poco más. A
partir de ese instante ellas se convierten en las reinas y las amas de la
situación
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